jueves, 14 de agosto de 2014

El profundo valor del agua

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Rio Chiriqui Viejo - CZBrats

Crecí y me convertí en una mujer, a la orilla del Chiriquí Viejo en la pequeña villa de Guadalupe, en Cerro Punta, Chiriquí. Aprendí y sentí desde
Crecí y me convertí en una mujer, a la orilla del Chiriquí Viejo en la pequeña villa de Guadalupe, en Cerro Punta, Chiriquí. Aprendí y sentí desde el vientre de mi madre el terror que puede ocasionar la fuerza de la naturaleza en un río que muestra dominio. Muchas noches pasamos con el cosquilleo causado por el miedo a una inundación.
Al ser una niña de una comunidad rural, cumplía tareas del hogar, como cargar agua desde un ojo de agua, sumamente divertido era “achicar el pozo” para limpiarlo y luego recoger el agua cristalina para llevarla a casa. Otras veces, tocaba llevar la tina de ropa o de trastes para lavarlos en el río, y ¡ay de que se quebrara algún trasto!, aprendimos que era nuestra responsabilidad volver con todo limpio e intacto. Otras veces, recuerdo, que saltábamos de piedra en piedra jugando con los amigos y primos.
En vacaciones, muy tempranito, la familia completa se trasladaba al campo de Alto Pineda a trabajar con mi papá. Allá en esa comunidad no había agua ni quebrada ni río. Llevábamos el agua en tanques. Muchas veces en verano tuvimos que ayudar a regar planta por planta sembrada para que sobrevivieran en esa tierra fértil, pero que sin agua las condiciones se volvían muy difíciles.
Para escribir sobre el agua, no puedo evitar traer estos recuerdos porque de allí viene el amor, la valoración y la necesidad profunda de cuidarla. Porque crecí, al igual que muchos panameños, con los ríos como parte vital de nuestra existencia.
El tiempo pasa y con los años llegó la transformación que ocurre en los pueblos, auspiciada por la creencia popular, impuesta o acomodada para ciertos intereses, de que el desarrollo no es compatible con la naturaleza: que el bosque es monte, que el humedal es fango, que el río es un obstáculo y hay que arrinconarlo para dar espacio a la construcción.
Por muchas razones obvias, que hacen del agua un elemento vital para la vida en el planeta, los mercaderes la han etiquetado como una mercancía más, a la cual se le puede sacar mucho provecho económico. El agua es un buen negocio: 7,000 millones de personas la requieren para sobrevivir.
Mientras algunos con su poder casi imperial, utilizan el agua como recurso infinito, que se puede extraer, represar o desviar; otros usan los ríos como simples medios y objetos, es normal contaminarlo a través de actividades agrícolas, industriales, inmobiliarias, e incluso desechando residuos hospitalarios. Esa visión “moderna” y empresarial del agua contrasta con una realidad casi inhumana, en la que miles de personas no disponen de agua para sus necesidades básicas.
Ante el daño ambiental, las comunidades se quejan y reclaman, y casi al unísono salen aquellos personajes públicos señalando que tienen que garantizar la seguridad jurídica y los derechos de las empresas que usan el agua. ¿Por qué no señalan tan vehementemente que son parte del Estado panameño, que su primera obligación constitucional es garantizar la vida y los derechos de todos los ciudadanos y los derechos de la naturaleza?
Sería un paso positivo que los gobernantes realicen inventarios reales de las necesidades y uso del agua por parte de las comunidades, que legalicen rápidamente el agua a los acueductos rurales y comunitarios. Que declaren una moratoria hídrica hasta que el 100% de los acueductos rurales hayan sido beneficiados con las concesiones y que las fuentes de abastecimiento a las potabilizadoras también sean contabilizadas como volumen no otorgable en las cuencas. Que se realicen estudios que determinen efectivamente volúmenes de agua necesarios para sistemas de riego para la producción de alimento. Que las fuentes de agua tengan planes reales de conservación apoyados en legislaciones que se cumplen, que beneficien a todos sin privilegios para algunos.
Esto es necesario porque los ríos, proveedores de agua, se nos han arrancado de a poco, hemos quedado marginados; un grupo pequeño ha acaparado el agua y las tierras a su alrededor. Se planificó desde el Estado para beneficiar a un solo sector y no a la sociedad ni a la naturaleza. Nuestro país tuvo la bendición de contar con ríos cristalinos de aguas puras y limpias para garantizar el derecho humano al agua de todos los panameños. Ahora esto es una incógnita y más si quienes deben abordar el tema con entereza, responsabilidad y defendiendo los principios constitucionales callan ante el poder económico.
En los últimos años, el enfoque moderno de desarrollo ha causado que los ríos hayan sido contaminados, fraccionados, alterados y transformados. Se ha favorecido el acaparamiento del agua y de la tierra; el despojo y el desplazamiento de comunidades nos ha dejado lesiones ambientales y sociales enormes, todo acompañado de un gran toque de exclusión: Ahora nuestros ríos ya no son nuestros y están marcados por letreros: no entrar, no pescar, no nadar, no navegar... Propiedad privada